Por Florentino V. Izquierdo. San Francisco (Córdoba)

 

EL HOMBRE:  La igualdad y la dignidad

I

INTRODUCCION

            1.Las reflexiones sobre este tema nacieron de largas conversaciones mantenidas con mi amigo y colega, doctor Miguel Ángel Baigorria, en horas en que concluida la labor  vespertina, solemos encontrarnos para expresarnos nuestras  coincidentes preocupaciones sobre la globalización, sobre todo así como está: montada especialmente en la economía, y desentendiéndose del  hombre. Yo, fundamentalmente, ponía mis oídos y mi amigo las reflexiones, fruto de estudios que viene realizando.

            2.Debo hacer una advertencia preliminar: estas reflexiones están formuladas a partir de la Fe Católica. Luego, pueden  tener  valor para los católicos. Los que no lo son, tal vez  no le encuentren sentido.

            3.Partimos de dos fundamentos: "La fe en Jesucristo  nos iguala a todos por el camino de la justicia y de la paz"[1],  y "la situación de injusticia que vemos en nuestros pueblos nos hace  reflexionar sobre el gran desafío que tiene nuestra  misión para ayudar al hombre a pasar de situaciones menos  humanas a más humanas"[2].

            4.Estas reflexiones nos muestran la verdadera cara de la humanidad en torno a la igualdad humana y, por cierto según un criterio cristiano. Ya no podemos ocultar, ni dejar de  gritar que, en el mundo, hay injusticias de todo tipo y que el culpable directo es el propio hombre y las estructuras que ha creado.  Pero cuando queremos encontrar una solución al  problema, enfocamos nuestra crítica sobre el que tenemos al lado  o, con  mayor  frecuencia, sobre el que tiene mucho poder  político  o económico  o  periodístico.  Es  como  si  quisiéramos  "hacer creer" -y a la vez, "hacernos creer"- que son  "otros" los  que llevan la culpa de la desigualdad. Si bien es cierto que quienes  tienen más poder político, económico, institucional,  periodístico, etcétera, son más responsables de la injusticia social existente,  es bueno decir que también nosotros, en la  medida de  nuestra  actuación, nos debemos hacer responsables  de  la parte que seguramente nos toca. Así, debemos revisar si -en nuestras vidas-, no existen pequeños actos de injusticia que encierren verdaderas faltas de caridad, por acción u omisión. Es posible que así descubramos que nosotros también somos propietarios legítimos de una parte de la injusticia mundial y  que, por tanto, el problema no es sólo de otros, sino de todos. Recordaremos, entonces, que las faltas son algo inherentes a  la naturaleza  del hombre y lo inclinan permanentemente  al  mal. Este  camino  personal, que sin duda es el más  estrecho,  nos lleva a entender que la solución es empezar por casa. De  esta forma,  aunque  no lleguemos a ver la solución  a  nivel mundial, podremos disfrutarla en nuestra individualidad, agregando -desde la propia dificultad- más comprensión para el  otro y, terminando por  descubrir esta realidad: cambiar yo  para cambiar al mundo.

            5.Algo de esto último es lo que nos dice el plan de salvación que Dios tiene previsto para el hombre. La parábola del buen  samaritano nos enseña que "nuestro prójimo es  igual  a nuestro próximo; es decir, nuestro inmediato vecino. El consejo  divino "ama a tu prójimo como a ti mismo” completa la  idea de  que no hay forma de ayudar a ese vecino, si antes  no  nos ayudamos a nosotros mismos. Si no nos entendemos, comprendemos o amamos, no podremos transmitir la calidez de esos sentimientos a los demás hombres.    

            6.Y  parece que por allí va el tema de la igualdad y  de la dignidad de las personas. Al menos, en el plan de salvación referido. Porque estos dos conceptos se encuentran  totalmente identificados  y vinculados entre sí. De tal forma que uno  no se explica sin el otro e, igualmente, respecto de los derechos que de ellos se derivan.

II

¿POR  QUE SOMOS DESIGUALES?

    1.Las desigualdades del hombre son la causa, justamente,  de los atropellos que sufre su dignidad. Existen desigualdades en todos los sentidos:

·         Naturales: sexo, raza, salud, fuerza, etcétera.

·         Ocupacionales: profesionales,  empleados,  encargados, políticos, gobernantes, periodistas, jubilados, etcétera.

·         Económicas y de posesión de bienes: ricos, pobres,  indigentes, etcétera..

·         Personales viciosas: frutos del abuso, de falta de  escrúpulos, etcétera.

·         Sociales  viciosas:  mala distribución  de  la  riqueza, abandono, esclavitud, etcétera.

            2.Respecto de esta clasificación, su autor Guerry,  dice que  pueden aceptarse la existencia de las dos primeras -sin considerarlas perfectas-, porque tienen la característica común  de  necesariedad, ya que gracias a estas  diferencias  se puede decir con PASCAL que "el hombre supera infinitamente  al hombre"; o dicho de otra forma, en estas diferencias  (controladas) está el motor del progreso de la especie humana. Bástenos  recordar que el hombre mismo tiene un cuerpo perfecto  en su funcionamiento, gracias a un conjunto de órganos totalmente diferentes entre sí (desigualdades).

 

            3.Entonces: ¿por qué somos desiguales?

            La respuesta a esta pregunta, según una  visión  cristiana de la vida, está en los designios de  Dios, que  quiere que nos necesitemos los unos a los  otros,  encontrando que estas diferencias deben hacer nacer la caridad como expresión  máxima  del amor cristiano. Sólo a través  de  este amor es posible establecer una forma de comportamiento  humano que  haga que un mundo de hombres desiguales (en todo  sentido según hemos visto) marche hacia un final feliz. 

III

LA DIGNIDAD

            1.Algo parecido se puede decir de la dignidad del hombre. Hemos  sostenido que es correlato inescindible de la  igualdad humana. Sin embargo, a diferencia de ésta, no se puede  concebir sino sobre una perspectiva de Dios. El humanismo cristiano pleno,  que instaura el concepto, encuentra en Dios el  último fundamento de la dignidad del hombre.

            2.Hay  dos realidades desde donde se puede  estudiar  la dignidad del hombre:

            a)-Según una realidad ontológica-natural: La persona humana,  es "el ente más perfecto de la naturaleza"[3],  porque  es una sustancia completa, que existe como un todo independiente, espiritual  y último sujeto de atribución jurídica. Lo que  lo caracteriza y distingue de los demás seres es su  espiritualidad, que se manifiesta a través de la inteligencia y de la voluntad libre. Desde allí el hombre no podrá ser –nunca- objeto o cosa.

Es el único ser que pese al transcurso del tiempo y del  fenomenal cambio que éste le haya infringido, en lo físico, en  su consideración de la vida, en su manera de pensar o de relacionarse, en sus ideales, por profundos que sean esos cambios, el hombre  tiene conciencia de ser siempre el mismo yo, la  misma persona.

Gracias a su razón puede escoger actitudes y relacionarse, para luego emitir opinión y juzgar. En suma, desde este punto de vista, el hombre es el único ser que puede decir:  yo permanezco, yo puedo, yo quiero, yo pienso, yo soy, ubicándose por encima de lo creado”.

            b)-Según una realidad  ontológica-sobrenatural:  Habiendo alcanzado aquella cima, la dignidad del hombre puede  elevarse aún más por la gracia santificante. Y desde aquí es: partícipe de  la  misma naturaleza divina; redimido y rescatado  por  la sangre  de Cristo; hijo de Dios y heredero del cielo y  Templo del Espíritu Santo.

            "Ni el trabajo solo ni la más perfecta organización, ni el más  potente instrumental podrán constituir y asegurar la  dignidad del trabajador; solamente la religión y todo lo que  es ennoblecido y santificado por ella" [4].

            Esta  realidad contrasta con la inclinación del hombre  de hoy que "no soporta no ser DIOS". Él cree estar cerca de poder llegar a serlo y constituirse en un "dios pagano, libre de satisfacerse  como y cuando quiere". La realidad mundial nos  da muestra  acabada de cómo el hombre ha construido un  humanismo sin Dios, pasando a ser un elemento o instrumento al  servicio del capital, del mercado, del dinero, del poder, etcétera.

            La  dignidad que atribuimos al hombre, en cuanto ser  eminente de la creación divina, nos obliga a reconocerla en  todo ser  humano, ha defenderla y garantizarla. Ella nos exige  esforzarnos por reducir nuestras desigualdades que, según  dijimos,  son muchas y se hacen más lastimosamente visibles en  un mundo ateo. Sin embargo, por más difícil que parezca, las  excesivas  desigualdades sociales y económicas, pueden  y  deben ser hechas desaparecer por medio de la solidaridad que nace de la caridad. "Solo ella y su ejercicio inclaudicable  impulsará la desaparición de las desigualdades inicuas” [5]..

            El  sentido religioso pone en el hombre de fe  el  conocimiento  de la caridad, de donde nace la solidaridad que,  bien ejercida, termina con las desigualdades. Por cierto que, tales realidades, obra del egoísmo del hombre, no desaparecerán, pero amortiguarán sus efectos, perjudicando más al que la combate que al que la padece.     

            3.A  propósito de las reflexiones que anteceden,  siempre debemos  tener presente  que "no es la sociedad nueva  la  que creará  a los hombres nuevos. Son los hombres  nuevos  quienes formarán la nueva sociedad"[6].

            4..¿Cuál  debe ser el aporte individual que  cada  persona debe hacer  a la humanidad del siglo XXI?

            Voy  a responder la pregunta trayendo un concepto  que  ha rodado mucho por el mundo, y que sin embargo no ha logrado que lo asuma la mayoría.

            Como ser humano tengo una capacidad limitada. Puedo  hacer poco dentro de lo mucho que hace falta hacer. Sin embargo,  de cara a la vida, mi aporte limitado tiene un abanico que va  de un poco a un mucho. Debo preocuparme por llegar a este  mucho, y  si lo consigo, debo darme por satisfecho, pues he  cumplido con  el mandato bíblico. He multiplicado al máximo mis  talentos.  Si todos hiciéramos lo mismo, la humanidad  del  siglo XXI  viviría en un mundo mucho más acogedor que el que  le  ha tocado vivir a las generaciones pasadas.

            En  otras palabras, mi misión -la misión de cada  uno  de los hombres de la tierra- es hacer realidad el compromiso del poeta, cuando dice: "guardo en mi silencio un mundo que ha sido / y debo llevarlo a un mundo mejor"[7]. 

San Francisco, 31 de agosto de 2003.

 

Florentino V. Izquierdo



[1] SANTIAGO, 2, 1-5.

 

[2] PUEBLA, Documento nº 90.

[3] SANTO TOMAS.

[4] PIO XII, Discurso a los obreros de FIAT, 31.10.1948.

 

[5] CIC, 1947.

[6] MENAPACE, Mamerto - "La espiga y la vida", en la Sal de la tierra, p.43.

 

[7] MENAPACE, Mamerto - "Cuentos rodados", p. 110.