por Luis González Guerrico
EL MAGISTERIO DE LOS PAPAS ANTERIORES
Hacia 1850
los efectos deletéreos de la Revolución Francesa van haciéndose sentir en todos los campos. A las
desviaciones, principalmente en el
orden político, señaladas por los papas de la primera mitad del siglo, siguen,
otras muchas a medida que aumenta la distancia entre los principios revolucionarios y los resabios de la civilización cristiana. Así, aparecen,
entre otras, graves amenazas al modo adecuado de entender la educación.
Esto proporciona ocasión a Pío IX para reafirmar los
principios católicos en la materia :
“Velad igualmente ,
Venerable Hermanos, sobre las otras escuelas públicas y privadas...empleando
vuestra influencia para que toda su enseñanza se conforme con las normas de la doctrina católica...” [1].
En un sentido análogo se pronuncia León XIII
denunciando abiertamente el poder corruptor que tienen las malas doctrinas,
principalmente entre los jóvenes:
“Cuánto más se
afanan los enemigos de la religión
por enseñar a los ignorantes y
especialmente a la juventud las doctrinas que ofuscan la inteligencia y
corrompen las costumbres, tanto mayor debe ser el empeño para que no sólo el
método de la enseñanza sea apropiado y
sólido, sino principalmente para que la misma enseñanza sea completamente conforme a la fe católica, tanto en las
letras como en la ciencia, muy principalmente en la filosofía de la cual depende en gran parte la buena dirección de
las demás ciencias, y que no tienda a
destruir la revelación divina , sino
que se complazca en allanarle el
camino y defenderla de los que la impugnan, como nos ha enseñado con su ejemplo
y con sus escritos el gran Agustín, el Angélico Doctor y los demás maestros de
la sabiduría cristiana” [2].
LA EDUCACIÓN EN OTROS DOCUMENTOS DE PIO XI
Además de dedicar una
encíclica exclusivamente a la educación
cristiana de la juventud, que
comentaremos en seguida, Pío XI, se
ocupó del tema pedagógico en muchas otras comunicaciones y documentos. Veamos algunas de sus afirmaciones espigadas del rico magisterio de su
pontificado:
“El necio que dice en su
corazón “no hay Dios” (Salmo 13) se encamina a la corrupción moral. Y estos necios que presumen separar la
moral de la religión constituyen hoy legión. No se percatan, o no quieren
percatarse, de que, al desterrar de las escuelas y de la educación la enseñanza confesional, o sea la noción clara
y precisa del cristianismo, impidiéndola
contribuir a la formación de la sociedad y de la vida
pública, es caminar hacia el embrutecimiento moral” [3].
“Pero volviendo a la
deplorable ley referente a las Confesiones y Congregaciones religiosas, hemos
visto con amargura de corazón que en
ella, ya desde el principio, se
declara abiertamente que el Estado no
tiene religión oficial, reafirmando así aquella separación del Estado y de la Iglesia que, desgraciadamente, había sido sancionada en la nueva Constitución española...tal atentado redunda en daño
irreparable de la conciencia cristiana del país, especialmente de la juventud, a la que se quiere educar
sin religión” [4].
“Únese a todo esto la
prohibición legal de la enseñanza de la
doctrina católica en las escuelas primarias y la acción
efectiva sobre los maestros
encargados de la instrucción de
los de los niños para comunicar
a las almas de los jóvenes las
mentiras de la impiedad y los principios de una vergonzosa inmoralidad” [5].
“La Iglesia de Jesucristo no ha discutido discutido
nunca los derechos y los deberes del Estado sobre la educación de los ciudadanos...derechos y
deberes indiscutibles mientras se mantengan dentro de los límites de competencia del Estado; competencia que a la vez está claramente fijada por los fines propios del Estado; fines
ciertamente no sólo corpóreos y materiales, pero por sí mismos necesariamente
contenidos dentro de los límites de lo
natural, de lo terreno, de lo temporal. El divino mandato universal que la
Iglesia ha recibido del mismo
Jesucristo, incomunicablemente
e insustituiblemente, se extiende, por el contrario, a lo eterno, a lo
celestial, a lo sobrenatural, orden de cosas que, por una parte, es
estrictamente obligatorio para toda criatura consciente, y al cual, por otra
parte, debe, por su misma naturaleza, subordinarse y coordinarse todo lo demás”
[6]
.
DIVINI ILLIUS MAGISTRI
El 31 de Diciembre
de 1929 S.S. Pío XI hizo pública la carta encíclica “Divini Illius Magistri” sobre la educación
cristiana de la juventud. Se trata de un espléndido documento cuyo elogio
dejamos a cargo de Juan XXIII que, en la conmemoración de
su trigésimo aniversario, la
califica “ de carta magna de la educación cristiana ” [7]
y “monumento admirable... del
magisterio de la Iglesia... Con qué firmeza de principios, ( agrega), con qué lucidez de exposición pone en claro
el gran Pontífice las funciones de la Iglesia y del Estado en la gran tarea de
la educación. Cuán fina psicología... y qué solidez de argumentación para
demostrar cuán justificada es la exigencia de la Iglesia por un
"clima" educativo que esté en armonía con la fe de sus hijos” [8].
Documento no solamente admirable sino
completo, decimos nosotros, ya
que atiende al mismo tiempo a lo
general y a lo particular: proclama los grandes principios
que han de orientar la actividad educativa y no se priva de
tratar acerca de sus
aplicaciones prácticas ya que abarca
temas como el “ambiente de la
educación”[9],
“los buenos maestros”[10], “el mundo y sus peligros” [11]
y hasta cuestiones todavía
más determinadas como la “educación
sexual [12], “la coeducación” [13], y otros semejantes. Advertimos así, de qué manera incluye como preocupaciones suyas
en el campo pedagógico, no solamente
una consideración universal del
problema, sino también aspectos y detalles precisos, de cuya justa apreciación depende muchas veces el resultado mismo del
esfuerzo educativo.
Encíclica, no solamente admirable y completa, sino
también de gran actualidad pese a los
más de setenta años
transcurridos. Hace ya cuatro
décadas lo afirmaba Juan
XXIII, en la oportunidad ya citada,
al considerar :
“que este documento
capital no ha perdido nada de su verdad. Hoy como ayer, afirma la Iglesia
altamente que sus derechos y los de la familia en este dominio preceden a los
del Estado; hoy como ayer afirma la Iglesia su derecho a tener sus propias
escuelas en las cuales inculcar a través de maestros de sólidas convicciones,
una concepción cristiana de la vida, en las que la enseñanza sea impartida a la
luz de la fe”[14].
No podemos más que adherir
a este juicio porque la
vigencia de las enseñanzas de Divini Illius Magistri, está más que
acreditada con la simple
atención a las dificultades de la educación, insinuadas o mencionadas en ella y presentes en
grado sumo en la problemática pedagógica de nuestros días. Lo veremos con
claridad al comentar el texto.
“Representante, en la
tierra, de aquel Divino Maestro que, sin dejar de abrazar en la inmensidad de
su amor a todos los hombres, aunque pecadores e indignos, mostró, sin embargo,
predilección y ternura especialísima hacia los niños y se expresó con aquellas
palabras tan conmovedoras: Dejad que los niños vengan a Mí ( Mc. 10,14),
también Nos hemos procurado en todas las ocasiones mostrar la predilección
verdaderamente paternal que les profesamos, particularmente en los cuidados
asiduos y oportunas enseñanzas que se refieren a la educación cristiana de la
juvenud”[15]....
(dirigiéndose con ) palabras saludables, ya de aviso, ya de exhortación, ya
de dirección, a los jóvenes y a los educadores, y a los padres y madres de
familia, sobre varios puntos referentes a la educación cristiana, con aquella
solicitud que conviene al Padre común de todos los fieles..., reclamada por
nuestros tiempos, en los cuales, desgraciadamente, se deplora una falta tan
grande de principios claros y sanos, aun en los problemas más fundamentales”[16].
“En verdad que nunca como
en los tiempos presentes se ha hablado tanto de educación; por esto se
multiplican los maestros de nuevas teorías pedagógicas, se inventan, proponen y
discuten métodos y medios, no sólo para facilitar, sino para crear una
educación nueva de infalible eficacia, capaz de formar las nuevas generaciones
para la ansiada felicidad en la tierra...Sólo que muchos de entre ellos, como
insistiendo con exceso en el sentido etimológico de la palabra, pretenden
sacarla de la misma naturaleza humana y realizarla con solas sus fuerzas”[17].
No se detiene el Pontífice en la crítica de este viraje a la inmanencia sino que plante
claramente la falta
de consistencia de las postura laicista que prescinde del orden sobrenatural:
“Y en esto ciertamente yerran, pues en vez de
dirigir la mirada a Dios, primer principio y último fin de todo el universo, se
repliegan y descansan en sí mismos, apegándose exclusivamente a lo terreno y temporal;
por eso será continua e incesante su agitación mientras no dirijan sus
pensamientos y sus obras a la única meta de la perfección, a Dios, según la
profunda sentencia de San Agustín: Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro
corazón está inquieto hasta que descanse en Ti
( Confesiones, 1,1)”[18].
Por eso mismo enseña
que es imposible que exista “educación completa y perfecta si
no es cristiana”[19].
Detengámonos un momento en esta alarma del pontífice ante la pretensión de educar sin Dios.
Detrás de esta prescindencia de Dios, en la educación como en tantos otros campos de la cultura, encontramos muy a menudo
una "concepción falsa de la
autonomía humana" [20] que alimenta una valoración excesiva y no
fundamentada del poder del hombre que lo lleva
a una actitud orgullosa. Así lo explica el filósofo Xavier Zubiri: "la confianza radical, la
entrega a sus propias fuerzas para ser
y la desligación de todo, son un mismo fenómeno...Así desligada, la persona se
implanta en su vida y la vida adquiere carácter absolutamente absoluto. Es lo que San Juan llamó, en frase
espléndida, la soberbia de la vida...Es más bien la divinización o el endiosamiento de la vida. En realidad más
que negar a Dios el soberbio afirma que
él es Dios, que se basta totalmente a sí mismo. Pero, entonces, no se trata
propiamente de negar a Dios, sino de ponerse de acuerdo sobre quien es el que es Dios... El ateo, en
una u otra forma, hace de sí un Dios" [21].
Razón tenía Pío XI en preocuparse;
que diría si pudiera ver, como observamos en nuestros en
nuestros días, concepciones educativas
que convierten al niño en un pequeño monarca a cuyo egoísmo todos, incluidos padres y
maestros, deben rendir pleitesía.
Pero volviendo a los
textos de la encíclica, vemos cómo reflejando
la preocupación estrictamente pedagógica del papa, con rigor lógico, se ocupan, de establecer el fin de la educación cristiana:
( porque es)
“de suma importancia no errar en la educación, como no errar en la
dirección hacia el fin último, con el cual está íntima y necesariamente ligada toda la obra de la
educación” [22].
La razón de esto es que el proceso educativo,
se explica, ante todo, por su carácter teleológico. Todas las acciones que se
realizan como parte del mismo, así como
las influencias educativas que se reciben, están encaminadas al logro de
ciertas metas o fines, que son los que le dan su significado y justificación. “Todo
agente obra necesariamente por un fin” [23],
y de la claridad con que enunciemos el fin
se desprenderá la eficacia de las acciones tendientes a lograrlo. Por
ello la correcta enunciación del fin de la educación precede a la realización
del proceso educativo. Y así éste puede ser considerado, inequívocamente, como
un conjunto de actividades
teleológicamente orientadas. En este punto se ve la clara dependencia que existe
del proceso educativo con respecto a la
acción humana en general, y por
eso, de la concepción antropológica que
se sustente. Escuchemos a un filósofo y
pedagogo argentino contemporáneo: “Así quienes niegan la existencia de la finalidad de los actos humanos y la
de un fin último de la vida humana,
niegan que el proceso educativo tenga
fines extrínsecos o afirman que éste es un fin en sí mismo (recordemos aquello de “aprender a aprender”). Tal es el
caso del pragmatismo y el de algunas posturas positivistas cientificistas o
formalistas” [24].
Quedando claro que no puede haber educación sin fin,
este no puede ser cualquier
motivo que aparezca en el horizonte educativo. Menos, todavía, si hablamos de la educación cristiana:
“Fin propio e inmediato
de la educación cristiana es cooperar con la Gracia divina a formar el
verdadero y perfecto cristiano, es decir, al mismo Cristo, en los regenerados
con el Bautismo, según la viva expresión del Apóstol: Hijitos míos, por quienes
segunda vez padezco dolores de parto hasta formar a Cristo en vosotros (Gal. 4,
19). Ya que el verdadero cristiano debe vivir la vida sobrenatural en Cristo:
Cristo, que es nuestra vida (Col. 3,4), y manifestarla en todas sus
operaciones: para que la vida de Jesús se manifieste asimismo en nuestra carne
mortal (2 Cor. 4, 11) ”[25].
Formar al mismo
Cristo en el alumno, expresión magnífica que
podría sintetizar la finalidad
específicamente cristiana de la educación católica y bien harían tantos colegios que así se llaman a sí mismos, pero están lejos
de servir a la causa del evangelio, en colocarla como faro
orientador al comienzo de todas sus
preocupaciones y tareas.
Sin embargo como “la gracia presupone la naturaleza y
la perfección lo perfectible” [26], no olvida
mostrar como la educación
cristiana debe comprender
a todo el hombre, excluyendo un
sobrenaturalismo exagerado, independiente del orden natural. La verdadera educación se propone la formación
de la persona humana en orden a su fin último y al bien de las sociedades, de
las que el hombre es miembro y en cuyas responsabilidades tomará parte una vez
que llegue a ser adulto. Hay que ayudar, pues, a los niños y a los adolescentes
a desarrollar armónicamente sus condiciones físicas, morales e intelectuales, a
fin de que adquieran gradualmente un sentido más perfecto de la responsabilidad
en el recto y laborioso desarrollo de la vida, y en la consecución de la
verdadera libertad, superando los obstáculos con grandeza y constancia de alma.
Hay que disponerlos, además, para la participación en la vida social, de forma
que, bien preparados con los medios necesarios y oportunos, puedan sumarse
activamente a los diversos grupos de la sociedad humana y presten su
colaboración a la consecución del bien
común [27].
Nos habla Pío XI de esta plenitud natural, debida a todos los hombres con estas justas palabras:
“Por esto precisamente la educación
cristiana comprende todo el ámbito de la vida humana sensible y espiritual,
intelectual y moral, individual, doméstica y social, no para menoscabarla en
manera alguna, sino para elevarla, regularla y perfeccionarla según los
ejemplos y la doctrina de Cristo”[28].
En el mismo sentido afirma en otro lugar de
la encíclica:
“Efectivamente, nunca se ha de perder de
vista que el sujeto de la educación cristiana es el hombre todo entero,
espíritu unido al cuerpo en unidad de naturaleza, con todas sus facultades
naturales y sobrenaturales, cual nos lo hacen conocer la recta razón y la
revelación; por lo tanto, el hombre, caído de su estado originario, pero
redimido por Cristo y reintegrado en la condición sobrenatural de hijo adoptivo
de Dios” [29].
El olvido de esta
armoniosa complementariedad
entre lo natural y lo sobrenatural
conduce, según este pontífice, a
una falsedad que denomina “naturalismo”
y que resulta profética
a la luz de lo que ocurre setenta años después. La
indebida autonomía respecto de Dios
y su obra en el hombre,
lleva a una
nefasta concepción según la cual se le atribuye al niño una total
independencia respecto de toda
principio o autoridad superior natural. Parece
hablar para nuestros días y
entrar a participar de lleno de
lleno en la controversia acerca de si
la educación ha de ser autónoma o
heterónoma cuando expresa:
“Por lo mismo, es falso todo naturalismo pedagógico
que de cualquier modo excluya o aminore la formación sobrenatural cristiana en
la instrucción de la juventud; y es erróneo todo método de educación que se
funde, en todo o en parte, sobre la negación u olvido del pecado original y de
la Gracia y, por lo tanto, sobre las fuerzas solas de la naturaleza humana.
Tales son, generalmente, esos sistemas actuales de varios nombres, que apelan a
una pretendida autonomía y libertad ilimitada del niño y que disminuyen o aun
suprimen la autoridad y la obra del educador, atribuyendo al niño una
preeminencia exclusiva de iniciativas y una actividad independiente de toda ley superior
natural y divina, en la obra
de su educación... Asimismo
tales innovadores suelen denominar, como por desprecio, a la educación
cristiana, heterónoma, pasiva, anticuada, porque se funda en la autoridad
divina y en su santa ley. Miserablemente se engañan éstos en su pretensión de
libertar, como ellos dicen, al niño, mientras lo hacen más bien esclavo de su
ciego orgullo y de sus desordenadas pasiones, porque éstas, por consecuencia
lógica de aquellos falsos sistemas, vienen a quedar justificadas como legítimas
exigencias de la naturaleza que se proclama autónoma [30]”.
Para concluir
no resistimos la tentación
de recordar las sabias
enseñanzas del pontífice acerca de la
relación ente educación y bien común.
Cuando se refiere a los responsables
de la educación, es decir, a la Iglesia, a la familia y al Estado [31],
presenta de manera ordenada lo que se espera de cada uno de ellos. Así, cuando trata de los deberes
y derechos estatales en el orden pedagógico, los refiere, como corresponde, a una concepción política cristiana, y considera
al estado como gestor del bien común.
Comienza por dar una noción de esta verdadera causa final del orden político, definiéndolo del modo siguiente:
“el bien común de orden temporal, consiste en
la paz y seguridad de que las familias y cada uno de los individuos puedan
gozar en el ejercicio de sus derechos, y a la vez en el mayor bienestar
espiritual y material que sea posible en la vida presente, mediante la unión y
la coordinación de la actividad de todos” [32].
A continuación enumerando los deberes del Estado para con este bien común, en materia educativa, lo desdobla,
sabiamente, en dos aspectos:
“Doble es, pues, la función de la autoridad
civil que reside en el Estado: proteger y promover, pero no absorber a la
familia y al individuo, o suplantarlos. Por lo tanto, en orden a la educación,
es derecho o, por mejor decir, deber del Estado proteger en sus leyes el
derecho anterior -que arriba dejamos descrito- de la familia en la educación
cristiana de la prole, y, por consiguiente, respetar el derecho sobrenatural de
la Iglesia sobre tal educación cristiana. Igualmente toca al Estado proteger el
mismo derecho en la prole, cuando llegare a faltar, física o moralmente, la
obra de los padres por defecto, incapacidad o indignidad, ya que el derecho
educativo de ellos, como arriba declaramos, no es absoluto o despótico, sino
dependiente de la ley natural y divina, y, por lo tanto, sometido a la
autoridad y juicio de la Iglesia, y también a la vigilancia y tutela jurídica
del Estado en orden al bien común... Además, en general, es derecho y deber del
Estado proteger, según las normas de la recta razón y de la fe, la educación
moral y religiosa de la juventud, removiendo de ella las causas públicas que le
sean contrarias” [33].
Con esto llegamos en
apretada síntesis al fin de esta presentación. Hemos querido ofrecer las ideas principales del magisterio educativo de Pío XI,
siguiendo en sus líneas principales esta verdadera “carta magna de la educación cristiana”, que
es la encíclica Divini Illius Magistri, como hemos dicho al comienzo.
1. Pio
IX, Nostis et nobiscum, en
Doctrina Social de la Iglesia,
Mario Strubbia, Ediciones Paulinas, Buenos Aires, 1991.
2. León
XIII, Inscrutabili Dei consilio, en Doctrina Social de la Iglesia, Mario Strubbia, Ediciones Paulinas, Buenos
Aires, 1991.
3. Pio
XI, Mit brennender sorge, en Doctrina Pontificia, B.A.C. , Madrid, 1958
4. Pio
XI, Non Abbiamo Bisogno, en Doctrina Pontificia, B.A.C. , Madrid,
1958
5. Pio
XI, Dilectissima Nobis, en Doctrina Pontificia, B.A.C. , Madrid, 1958
6. Pio
XI, Acerba Animi, en Doctrina Pontificia, B.A.C. , Madrid, 1958
7. Mensaje de Juan XXIII a los integrantes del
encuentro organizado por la
Oficina Internacional de la Enseñanza Católica, Roma, 31 de
diciembre de 1959.
9. Catecismo
de la Iglesia Católica, Nº 2126
12. Santo
Tomás de Aquino, Suma de Teología,
B.A.C., Madrid, 1998
INDICE
LA MAGISTERIO DE LOS PAPAS
ANTERIORES, 1
LA EDUCACIÓN EN OTROS DOCUMENTOS DE PIO XI,
2
DIVINI ILLIUS
MAGISTRI, 4
BIBLIOGRAFÍA, 12
[1] Pio IX,
Nostis et nobiscum, 15
[2] León XIII, Inscrutabili Dei consilio, 9
[3] Pio XI, Mit brennender sorge, Nº 34
[4] Pio XI, Dilectissima Nobis, Nº 15 y 18
[5] Pio XI, Acerba Nimi, Nº 13
[6] Pio XI, Non Abbiamo Bisogno, Nº 52
[7] Mensaje de Juan XXIII a los integrantes del encuentro organizado por la Oficina Internacional de la Enseñanza Católica, Roma, 31 de diciembre de 1959.
[8] Op. cit.
[9] Divini Illius Magistri, Ediciones Paulinas, Buenos Aires, 1983, página 38
[10] Op. cit., página 48
[11] Op. cit., página 49
[12] Op. cit., página 35
[13] Op. cit., página 36
[14] Mensaje de Juan XXIII a los integrantes del encuentro organizado por el OFFICE INTERNATIONAL DE L'ENSEIGNEMENT CATHOLIQUE, Roma, 31 de diciembre de 1959.
[15] Divini Illius Magistri, página 3
[16] Op. cit., página 4
[17] Op. cit., página 5
[18] Op. cit., página 5
[19] Op. cit., página 6
[20] Catecismo de la Iglesia Católica, Nº 2126
[21] Xavier Zubiri, Naturaleza, historia y Dios, pp. 392-397
[22]Divini Illius Magistri, , página 6
[23] Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología, I-II, 1, 2
[24] Ballesteros, J.C.P., Introducción al saber pedagógico, Itinerarium, Buenos Aires, 1987, página 15
[25] Divini Illius Magistri, página 52
[26]Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología, I, 2, 2 ad 1
[27] Concilio Vaticano II, Gravissimun
Educationis, Nº 1
[28] Divini Illius Magistri, 52
[29] Op. cit., página 32
[30] Op. cit., página 33
[31] Op. cit., página 22
[32] Op. cit., página 23
[33] Op. cit., página 23